domingo, 25 de noviembre de 2007

Diario de una lágrima

Lo primero de todo, he de informaros: de media duramos (el llanto en su conjunto) no más de 5 o 7 minutos, pero este no es mi caso. Las que se extienden más a través del tiempo son o muy buenas o muy malas, en general; véase, una lágrima expulsada a causa de la emoción de un reencuentro, o por el contrario, una expulsada por el triste desenlace de una separación.
Mi causa es muy diferente. Mi existencia ha sido la mar de solitaria, y supe desde el momento en que fui engendrada que así sería. Estaba segura de que era diferente de las demás, era especial. He tenido varias ocasiones de salir al exterior: una rabia enorme, una pelea o discusión, un momento de máxima felicidad... pero decidí formar parte de un momento mucho más íntimo.
Sus ojos otearon el final de una larga avenida. Sus dedos se entrelazaban en sedosos mechones de pelo de manera un poco impaciente. No pensaba en otra cosa que en verle por casualidad, a Él. De pronto, sintió una mano posándose en su hombro con la ligereza de una pluma y la calidez de un atardecer de verano. Sus piernas hasta entonces inmóviles, se pusieron en pie y giraron de golpe su cuerpo. Antes de que a su boca le diera tiempo a articular una sola palabra en muestra de su sorpresa, la de Él se había adelantado para romper la larga espera con un impulsivo beso. Fue al volverse a mirar cuando decidí salir al exterior. Yo sola. Ni una más.




(Originalmente publicado el 15 Julio 2007)

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